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jueves, 27 de agosto de 2009

¡¿Y a mi quien me mandó?!

Dialogo real por chat con una amiga:

Fui a la peluquería Flor
Y estoy contenta de a ratos y de a ratos me quiero matar.
Tuve la brillante idea de decirle al peluquero que tenia la raya hasta muy atrás y que me rebajara un poco
para que me de volumen.
Lo peor es que me di tanta manija que me hizo pensar que lo que yo estaba imaginando se lo iba poder decir
al tipo y que lo que el tipo entendería sería lo que reflejaba mi película y encima ¿cómo iba a hacer para
ponerme la cara de Angelina Jolie? Nadie lo sabe....
O sea, es imposible ir a la peluquería!!
Ahora estoy entre de los sesenta y los ochenta, con una vincha y un tupe atrás, o como la porruda de Casi
Ángeles.
Y a la mañana cuando me levanto tengo como dos cortes diferentes; arriba como el de la profesora de lengua
del secundario y abajo parezco Gandalf el mago.
Igual me encanta tener volumen en el pelo aunque implique tener sombra de palmera.
Pobre de mi, ahora me voy a comprar una cartera súper linda para consolarme y sabes por qué más?
PORQUE YO LO VALGO!

sábado, 22 de agosto de 2009

La risa y el sexo.

Dicen por ahí que el órgano sexual más importante es el cerebro, y el mejor afrodisíaco la risa, sin embargo hay gente que tiende a tomarse el sexo en serio. Las películas, la literatura y la poesía presentan el acto amoroso como muy apasionado y ardiente, pero llevado adelante por gente con cara de estar dando una conferencia en M.I.T. No es que diga que hay que estar todo el tiempo matándose de risa como si una estuviera leyendo la Barcelona, pero hacerlo con cara de estar comiendo encurtidos agrios, tampoco es la idea...

Pareciera que la risa, con su sonido entrecortado y agudo, fuera un contraveneno para la eroticidad, y sin embargo hay acontecimientos a los que una no puede responder más que riéndose; por ejemplo cuando nos tiramos un “pedito conchero”. En términos mas académicos podría decir que el aire se desplaza rápidamente, empujado por el pene al introducirse en la cavidad vaginal. Ante dicho tipo de acontecimientos generalmente sucede que el tiempo se detiene por un instante y se busca la mejor forma de salir del paso, aquí hay solo dos posibilidades de reacción; se realiza el razonamiento de que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio y se llega a la conclusión de que el volumen de un cuerpo que ingresa en una cavidad desaloja el mismo volumen de aire que había en dicho espacio, razón por la cual una no puede evitar gritar “¡Eureka!”, lo que probablemente llevará a que el partenaire crea que nos hemos confundido su nombre y comience a refunfuñar dejando instalado en el aire un clima de rencor e incomodidad. O bien una puede echarse a reír a carcajada limpia, descontracturando la situación y dejando que la cosa siga su curso natural.

Por eso la risa es el mejor afrodisíaco, porque relaja y resta seriedad a los asuntos del cuerpo y del alma, que si uno se toma la vida en serio, lo mas probable es que llegue al fin de sus días sin haber vivido nada.

martes, 23 de junio de 2009

Sobre la inefable fatalidad de tener siempre las bombachas rotas en el momento menos indicado.

En otra época compartía, con algunas de mis compañeras de genero, la costumbre ancestral de lavar la bombacha mientas me bañaba y dejarla colgada de la canilla del baño. Pero a partir de mi convivencia con dos hombres que no pertenecen a mi familia de origen, y a fuerza de recordar los cientos de reproches indignados y asqueados de mis hermanos ante la folclórica costumbre, decidí abandonarla e iniciar una nueva era en los anales de bombachocracia. Ahora tengo una estética bolsita de farmacia colgando de la silla en la que “acomodo” la ropa que está “en uso”, en la cual acumulo las bombachas que voy usando. La misma, cual bolso de Mary Poppins es capaz de contener cientos y cintos de bombachas vedettina, culott, tanga, etc. Medias de algodón, cancanes, medias de lycra 7/8, etc. Corpiños, con aros, deportivos, de encaje, etc. Y tan grande como su capacidad, es el tiempo que se tarda en hacer el lavado que devuelva toda esa ropa interior a su cajón de origen. Es así como inevitablemente llego a una nefasta situación: viernes noche, pre-salida, ya me bañé, encremé y perfumé y estoy lista para empezar el larguísimo proceso de elegir qué ropa ponerme para la salida de la noche, cuando, al meter la mano en el cajón de la ropa interior no puedo encontrar más que bombachas rotas de la época que iba a la primaria. ¿Donde está esa tangita de encaje que combina tan bien con al pollera negra? En la bolsa. ¿Donde la vedetina negra de algodón que resulta comodísima debajo del jean? En la bolsa. ¡Por lo menos tengo que encontrar la blanca grandóta que uso cuando me viene! No señorita, también está en la bolsa. La única que queda es esa que es de un color impreciso, con el elástico estirado y un agujero en la costura frontal de la tela doble. ¡Maldición! Olvidando el concejo matriarcal que reza “llevá ropa interior linda, mirá si te pasa algo y el médico te ve con esa bombacha” me la pongo sin mirarla demasiado, y salgo a la calle vestida con una cascara de glamour que oculta las vergüenzas de mi verdadero yo. Es así como probablemente esa noche, luego de meses de abstinencia, por fin conozca a un muchacho capaz de calentar a un iceberg con una simple contracción de sus abultados bíceps, y olvidándome de mi ignominioso secreto parta, rauda, a la habitación del telo más cercano. En plena faena de manoseo, lenguetazo y afines, probablemente recordaré mi pequeño desliz, y mientras trate de librarme lo mas rápido y subrepticiamente posible de mi andrajosa bombacha en el rincón más oscuro de la habitación, de gracias a Afrodita por la ceguera de los hombres, que cual obstinados burros (ya me gustaría a mi que fueran más similares a los burros en algún otro detalle), persiguen la zanahoria sin prestar demasiada atención al envoltorio que la recubre.